REINVENTARSE: Tu segunda oportunidad.


Todos nos enfrentamos en la vida a problemas y obstáculos ante los cuales muchas veces nos quedamos paralizados. Nos parece que un problema es irresoluble o que, simplemente, no tenemos el talento o la capacidad necesarios para encontrarle una solución.

Muchas personas no saben qué hacer cuando su relación con otro ser humano no es como les gustaría que fuera. Otras quisieran atreverse más en la vida, hacer algo nuevo, sea un deporte, un curso o un nuevo trabajo, pero al final algo se les interpone en el camino y abandonan. Hay seres humanos que aspiran a sentirse un poco más valiosos y respetados, pero que, finalmente, tras una serie de intentos fallidos acaban resignándose a su situación.

Hoy en día, también hay muchas personas que han hecho lo posible para sacar adelante sus empresas, trabajos y vidas y que, derrota tras derrota, se sienten sin fuerzas para seguir adelante.

Ante ciertos retos, se nos nubla la mente, nos cuesta pensar con claridad mientras notamos que nos invade la angustia, se nos hace un nudo en el estómago y sentimos como si algo nos robara toda nuestra energía. Para que generemos nuestros propios estados de ansiedad es suficiente con que nos imaginemos que en el futuro van a aparecer problemas y que vamos a ser incapaces de resolverlos. La ansiedad es un estado de inquietud en el cual sufrimos en el presente por algo que ni siquiera sabemos con certeza que se va a manifestar en el futuro.

Todo ello hace que sea necesario conocer las profundidades de nuestro interior para comprender mejor de dónde surgen nuestras verdaderas limitaciones. Si queremos aumentar nuestra capacidad para resolver problemas y deseamos potenciar nuestra competencia a la hora de descubrir oportunidades, necesitamos aprender cómo transcender los límites que nuestra mente nos impone.

Cuando entendamos por qué actuamos como lo hacemos, podremos empezar a diseñar nuevas estrategias que nos permitan alcanzar lo que hasta ahora nos parecía inalcanzable. Es en este nuevo espacio de posibilidades donde afloran la creatividad, la sabiduría y la energía que transforman por completo nuestra experiencia, al traer una mayor serenidad, ilusión y confianza a nuestras vidas.

Este libro es un mapa pensado para acompañarnos en el viaje hacia nuestro propio interior y ayudarnos a reinventarnos, que no es otra cosa que sacar a flote nuestro verdadero ser.


Reinventarse

La supervivencia tiene mucho que ver con la capacidad de resolver problemas, tomar decisiones, afrontar obstáculos y aprender de los errores. Nuestra capacidad de observación y análisis, combinada con las facultades de la inteligencia, la memoria, la imaginación y la creatividad, constituye el sustrato que necesitamos para hacer frente con eficiencia a los desafíos que la vida nos presenta. Sin embargo, todas estas facultades y capacidades son de muy poca utilidad si frente a los retos nos llenamos de ansiedad o angustia. Una persona que está bloqueada emocionalmente también está anulada intelectualmente.

Cuando las emociones como el miedo o la desesperanza se apoderan de nosotros, nuestro cerebro se queda “secuestrado” y nuestra inteligencia, ausente. Lo que hace irresoluble la mayor parte de los problemas no es su dificultad, sino nuestra sensación de pequeñez en el momento de hacerles frente. Por eso, la verdadera capacidad para resolver problemas de una manera creativa pasa por lograr que nuestro cerebro tenga el equilibrio necesario para funcionar de manera óptima y encontrar una alternativa de solución eficiente.

El cerebro humano se asemeja a un complejísimo ordenador capaz de hacer los cálculos más sorprendentes y encontrar las soluciones más innovadoras. Sin embargo, al igual que el ordenador funciona de acuerdo con un programa o software, nuestro cerebro responde también a un software situado en el plano de la mente. Un ordenador magnífico con un software mediocre genera resultados mediocres, igual que un cerebro excepcional con un software mental limitador únicamente produce procesos limitados.

Nuestro software mental se programa principalmente a través de experiencias. Esas experiencias se convierten en los puntos de referencia que deciden la manera en la que el cerebro ha de operar en el futuro. Imaginémonos, por ejemplo, que alguien hubiera tenido una serie de experiencias muy negativas con un superior de sexo opuesto. El resultado sería que, si a esa persona le asignan en su nuevo trabajo a un jefe también de sexo opuesto, probablemente empezaría a experimentar un conjunto de emociones muy poco agradables como la frustración, el resentimiento o la ira. Posiblemente, el rendimiento de esa persona empezaría a ser pobre, con muchos despistes y múltiples errores. Este sería un caso claro de un cerebro perfectamente capaz, vuelto incapaz por un software experiencial que continuamente le está limitando.

Los seres humanos, cuando cambiamos los programas mentales que más nos limitan por otros que lo hacen menos, modificamos incluso físicamente la estructura de nuestro propio cerebro. Esto nos puede llenar de ilusión a todos aquellos que aspiramos a hacer crecer y evolucionar nuestra inteligencia y nuestra capacidad de aprendizaje, a la vez que pone en nuestras manos una gran responsabilidad para descubrir qué es lo que necesitamos hacer y entrenar para reinventarnos a nosotros mismos. Si queremos reinventarnos, nos conviene centrarnos en lo que queremos y no en lo que tememos.



El mapa del tesoro

Nuestra mente es como un gran mapa en el que, de forma más o menos oculta, se encuentran nuestras grandes luces y también nuestras sombras más oscuras, aquello que nos impulsa en la vida y lo que actúa como un lastre para evitar que alcancemos nuestras ilusiones y más preciados sueños. Solo desde una perspectiva que nos permita contemplar cómo las distintas partes de ese mapa se relacionan entre sí, podremos diseñar estrategias de acción más efectivas.

En nuestro mapa mental podemos distinguir grandes espacios: el consciente y el inconsciente. Gran parte de nuestros conocimientos, ideas y experiencia está contenida en el espacio consciente. Sin embargo, solo con lo que nos ofrece este espacio, no podemos resolver ni muchos de esos problemas a los que llamamos complejos, ni aquellos desafíos que nos lanza la vida y frente a los cuales no tenemos una experiencia previa que nos ayude a resolverlos. Por eso necesitamos adentrarnos en el otro espacio, el inconsciente. Si lo hacemos, descubriremos dos cosas: el origen de nuestras conductas automáticas y nuestro potencial inexplorado.

El consciente sería como el capitán de un barco velero y el inconsciente, como el viento que impulsa las velas. Por mucho que nos cueste admitirlo, o el capitán aprende a entender el viento y usarlo a su favor, o no llegará muy lejos.

Entre el tesoro que esconde nuestro inconsciente y nuestro acceso a él se encuentra el obstáculo de los “filtros mentales”, que pueden alterar la percepción de lo que vemos. Mientras no seamos capaces de transcender esos filtros, no podremos entrar en contacto con nuestro auténtico potencial.

La forma más efectiva de alterar la percepción de lo que vemos es crear ciertas emociones. Así, ocurre que en aquellos días en los que nos levantamos con “el pie torcido” vemos que la gente es especialmente desagradable y que hacer cualquier cosa nos cuesta más.

Cuando una persona está contenta porque algo le ha salido bien, tiende a ser más amable y paciente. Ve las cosas de una manera diferente. Por eso, cuando cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas mismas cambian. Muchas veces lo más valioso está oculto a nuestros ojos. Acercarse a lo que ya conocemos con un espíritu abierto puede ayudarnos a descubrir mucho más.


Las puertas de la percepción

Entre los factores que más alteran nuestra percepción están las emociones y los estados de ánimo. Lo primero que necesitamos hacer es diferenciar lo que es una emoción de lo que es un estado de ánimo. Una emoción es un fenómeno físico en el que se produce una serie de cambios fisiológicos que afectan a nuestras hormonas, músculos y vísceras. Estos cambios tienen una duración limitada en el tiempo. Así, por ejemplo, una vez que un pensamiento angustioso o un insulto han pasado, la reacción emocional que han desencadenado poco a poco va remitiendo hasta que volvemos al estado en el que nos encontrábamos antes de que el pensamiento o el insulto se produjeran. Un estado de ánimo es algo mucho más prolongado en el tiempo: puede durar días, meses y años. Se puede decir que tenemos emociones y vivimos en estados de ánimo.

Hay estados de ánimo que aportan muchas ventajas competitivas y otros que son muy disfuncionales y nos generan un enorme sufrimiento y pérdida de eficiencia, y pueden dañar nuestras relaciones con los demás.

La verdadera importancia de un estado de ánimo no está tanto en cómo nos hace sentir, sino en el hecho de que tiene por sí solo la capacidad de alterar profundamente la manera en la que se comportan nuestro cerebro y cuerpo. Hay estados de ánimo que generan salud y vitalidad, ayudan al despliegue de la inteligencia y la creatividad, y favorecen la conexión entre las personas, la colaboración y el trabajo en equipo.

Para que podamos mantener nuestra atención en lo que es relevante y a fin de ver las cosas con una cierta perspectiva, necesitamos que determinadas partes de nuestro cerebro estén especialmente activas. Así, los estados de ánimo que se caracterizan por la ilusión, la confianza y el entusiasmo se asocian con un aumento del riego sanguíneo en la zona prefrontal izquierda, mientras que los estados de ánimo marcados por la angustia, la desesperanza o la frustración muestran una disminución del riego sanguíneo a dicho nivel. 

La zona prefrontal izquierda es clave para mantener el equilibrio personal y la homeostasis emocional. Gracias a ella podemos ver las cosas con mayor perspectiva y claridad.

La realidad es la que es; sin embargo, en función de nuestra capacidad de mantenernos equilibrados, podemos estar viviendo en un espacio de la realidad o en otro, sin saber que tenemos la opción de elegir.

Imaginemos, por ejemplo, una casa con distintas habitaciones, en las cuales están teniendo lugar eventos diferentes. En una de ellas hay tres personas que se están peleando. En otra de las habitaciones hay seis personas que están diseñando un proyecto que puede traerles una gran prosperidad. En una tercera habitación hay una biblioteca maravillosa y una puerta que da a un jardín precioso.

La realidad estaría representada por el conjunto de la casa en la que todo está sucediendo de una manera simultánea. Lo que ocurre es que los que están en una habitación determinada no saben que existen otras en las que podrían elegir estar. Nuestros estados de ánimo nos introducen, sin nosotros darnos cuenta, en una u otra de estas habitaciones. 

Así, la persona que está habitualmente malhumorada se verá con frecuencia en la habitación donde hay gente que se pelea. La persona que se siente ilusionada y confiada, se verá hablando con personas y teniendo encuentros que generan abundancia y prosperidad. La persona que se busca a sí misma, se verá en la biblioteca estudiando libros y buscando inspiración en diferentes autores. Llegará un momento en el que esta persona se dará cuenta de la puerta que siempre estuvo ahí y que la lleva a su propio ser.

Es muy difícil no sentirse herido cuando a alguien lo atacan y mantener la alegría y la ilusión en medio de la adversidad. Sin embargo, ir recuperando poco a poco ese espacio que existe entre lo que nos ocurre y nuestra respuesta a ello es absolutamente crucial. Si no sustituimos nuestras reacciones automáticas por respuestas elegidas, no podemos sostener que tenemos verdadera libertad interior.

Preguntas que sanan y preguntas que enferman
Nuestra identidad impostora, aquella que pretende que la tomemos por quienes somos en realidad, necesita controlar nuestras emociones y, a través de ellas, nuestra percepción. De esta manera consigue mantenerse en su lugar. Así, por ejemplo, si nos hemos identificado con una personalidad depresiva, es necesario que se genere una percepción que anule todo lo bello y agradable de nuestras vidas y que sustituya todo lo luminoso e inspirador por lo oscuro y desagradable.

La primera cosa de la que toma el mando nuestra identidad impostora es la atención; hace que nos fijemos solo en lo que quiere que nos fijemos y que no veamos nada del resto. Nuestra atención es selectiva y tiende a ver únicamente lo que buscamos de forma activa. 

Así, si estamos pensando en comprarnos un coche negro o rojo, empezaremos a ver muchos coches de ese color por la calle. Este fenómeno tan sorprendente se debe a que en el tallo del cerebro existe una estructura, llamada “sistema reticular activador ascendente” o SRAA, cuya misión es dirigir la atención hacia aquello que es más relevante para nosotros.

Una de las maneras más rápidas y potentes para llevar nuestra atención a un determinado lugar es mediante las preguntas. Toda pregunta es una invitación a mirar en una dirección determinada. Einstein decía que la clave no es encontrar la respuesta a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas que nunca antes hayamos formulado. Cuando la ciencia se hace una pregunta, esta sencilla pregunta tiene la capacidad de abrir toda una línea de investigación. Por eso, el joven Einstein, en una ocasión en la que iba en bicicleta, se hizo una pregunta: “¿Qué pasaría si fuera en mi bicicleta a la velocidad de la luz y encendiera mi faro? ¿Se vería?”. Reflexionó durante diez años sobre esta pregunta y el resultado fue la formulación de la teoría de la relatividad.

Las lecciones necesarias

Es muy frecuente que, cuando las cosas no suceden como nos gustaría que sucedieran, tendamos a rebelarnos, frustrarnos y, sobre todo, buscar un culpable o una solución fuera de nosotros.

La vida no está interesada en nuestro bienestar subjetivo, sino en que aprendamos de sus lecciones para poder desplegar, poco a poco, nuestro verdadero potencial y reconocer la esencia que se oculta tras la apariencia. La frase “en la vida no hay amigos, ni enemigos, solo hay maestros” nos invita a pensar que, a veces, aquellas personas que menos nos agradan son las que más tienen que enseñarnos acerca de nosotros mismos. Ellas nos permiten reconocer la irascibilidad, la impaciencia y la falta de compasión que todavía anida en nuestro interior. Cuando nos ocurre algo que no nos gusta, perder un avión o recibir una contestación dura, por ejemplo, dotamos inmediatamente ese evento de un significado que pone en marcha emociones negativas como la ira, la frustración o la angustia.

Aquí, la palabra clave es la aceptación o la reconciliación con la realidad. La aceptación nada tiene que ver con la resignación, porque impulsa no a la inacción dolorosa sino a la acción, a la toma de responsabilidad y a la consciencia de que se es plenamente capaz de dar una respuesta a lo sucedido.

En el momento en el que nos abrimos a la posibilidad de aceptar algo, también nos estamos abriendo a la de considerar que puede haber una oportunidad oculta en esa situación y que podemos buscar el otro lado de la moneda. El potencial inexplorado de las personas solo se revela cuando estamos fuera de nuestra área de confort y nos encontramos frente a lo desconocido.

Por eso, aunque nos lleve más o menos tiempo aplicarlo, hemos de procurar no olvidarnos nunca de que las mejores opciones para que se abra la puerta de la oportunidad no están en dejarnos atrapar por reacciones y automatismos, por más lógicos y razonables que parezcan. La mejor oportunidad está en preguntarnos lo siguiente: “¿Qué puede haber de valor en lo que me está pasando?”.

Hellen Keller, la mujer que, a pesar de quedarse ciega, sorda y muda siendo una niña, se graduó con honores por la Universidad de Radcliff, dijo: “Si miras al sol, no podrás ver la oscuridad”.

No tiene sentido que nos desgastemos tanto queriendo cambiar cosas que, de entrada, están fuera de nuestro alcance, como conflictos o problemas de orden mundial, y que nos sintamos tan impotentes a la hora de gestionar nuestros propios estados de ánimo. Decirle a la vida sí tiene que ver mucho con dejar de adoptar el papel de víctimas, dedicando nuestro valioso tiempo y energía a buscar culpables, y tomar responsabilidad a la hora de dar una respuesta a lo que nos sucede.

Hoy sabemos que las reacciones como la ira, el resentimiento, el deseo de venganza, la frustración, la desesperanza, la desconfianza, la ansiedad o la angustia, cuando se mantienen en el tiempo y dejan de ser emociones para convertirse en estados de ánimo, tienen efectos muy adversos:

·    Perjudican la salud y la vitalidad, dañando nuestro sistema inmunitario, arterias, corazón, músculos y vísceras.
·      Generan distanciamiento entre las personas, destruyen familias y amistades.
·        Bloquean la motivación para crear prosperidad.
·       Reducen e incluso anulan la claridad mental y cualquier posibilidad de ver las cosas con perspectiva, lo que mata el espíritu emprendedor.
·         Obstaculizan la posibilidad de conocer, descubrir, comprender y aprender.

La alternativa a estas emociones proviene del mundo del ser, de esa realidad que ya somos, pero que hemos olvidado. Para movernos en ese plano necesitamos recorrer una serie de niveles, lo cual requiere por nuestra parte un firme compromiso, una gran persistencia y una buena dosis de paciencia.

Primer nivel. Ningún hecho o circunstancia, por razonable que nos parezca, debe hacer que guardemos en nuestro interior pensamientos negativos y emociones disfuncionales. Para ello, en cuanto notemos su presencia, hemos de hacer una pausa, respirar hondo varias veces y evitar que esos pensamientos o emociones nos vuelvan a atrapar.

Segundo nivel. Aceptar esa situación no como una carga, sino como un regalo del universo para que podamos crecer y evolucionar en serenidad, compasión y amor.

Tercer nivel. Abrirse con gran humildad a la posibilidad de que detrás de lo que ahora vemos y experimentamos haya un espacio nuevo, donde exista un gran gozo y una enorme claridad. Por eso son tan importantes la fe y la confianza en que detrás de los muros de la mente exista otra realidad que, de momento, no llegamos a ver.

Cuarto nivel. A este nivel necesitamos dirigir la atención de una manera radicalmente diferente a la forma como la dirigen los automatismos. Cuando sentimos que alguien nos ha herido, nuestra atención se dedica a la búsqueda de todo lo negativo, desagradable y disfuncional que esa persona tiene. Si queremos transcender estos automatismos y ser libres de verdad, es importante que empecemos a buscar lo mejor que hay en cualquier persona, porque hay algo admirable en todo ser humano. No debemos perdernos en la apariencia de esa persona, sino buscar su esencia, aquello que está detrás de sus heridas y fracturas emocionales, y que es origen de su dolor.

Quinto nivel. Este es un nivel que choca directamente con nuestro habitual nivel de arrogancia, de querer hacer todo solos y sin ayuda. Hay fuerzas que no podemos entender desde la razón y que la ciencia está empezando a entender. En este nivel hay que pedir ayuda al universo para que nos ayude en la relación con nosotros mismos y los demás.

Solemos pensar que la clave de todo es “hacer” para así “tener” y luego “ser”. Llevar a cabo algunas acciones para tener ciertas cosas que nos permitan, a su vez, ser conocidos, prestigiosos o felices. Este esquema no es el más saludable y se podría invertir. Cuando lo primero que buscamos es el ser, nuestro hacer es congruente con ese ser, y eso es lo que da lugar al tener. Solo desde el ser equilibrado, auténtico, íntegro y compasivo pueden nacer acciones tan diferentes en su cualidad que acaban cristalizando en nuevas realidades. Es nuestro nivel de consciencia lo que determina nuestro nivel de ser. La consciencia ordinaria equivale al plano de lo razonable y, por eso, hacemos lo que es lógico hacer y obtenemos lo que es sensato obtener. Cuando accedemos al nivel de consciencia no ordinaria, hacemos lo que hacemos, no porque tengamos razones, sino porque así lo elegimos y por eso obtenemos algo tan extraordinario como inesperado. Cuando trabajamos para actuar no según nuestras emociones, sino nuestras elecciones, es cuando actuamos en libertad.

La vuelta a casa

Nuestra identidad nos bombardea con una serie incesante de pensamientos, genera tanto ruido mental que nos impide escuchar ese sonido mucho más sutil de esa dimensión oculta que conocemos como “ser”, “esencia” o “testigo”.

Hace unos 2500 años, en la India, una serie de personas fueron capaces de desentrañar la manera en la que funciona la mente humana. Solo recientemente la medicina más avanzada ha sido capaz de comprender parcialmente cuál es la explicación fisiológica de algunos de los efectos que experimentan los practicantes de lo que hoy conoce como mindfulness o atención plena.

Lo que busca la práctica de mindfulness es precisamente reducir el ruido mental para que, poco a poco, la esencia de lo que en realidad somos se haga más clara y palpable.

La mayor parte de las personas vivimos de manera habitual con una enorme tensión mental. Esta se manifiesta como ansiedad, angustia y distintos tipos de bloqueos, lo cual reduce de manera drástica nuestra capacidad de pensar con claridad, tomar decisiones y aprender.

Uno de los hallazgos más interesantes que han ocurrido en el mundo de la medicina en relación con la meditación mindfulness es que, al pararse ese ruido incesante causado por la hiperactividad del sistema nervioso simpático, el cuerpo responde de manera muy favorable. Lo primero que se aprecia es una relajación de la musculatura y una progresiva normalización del funcionamiento del aparato digestivo. La tensión arterial se reduce y bajan los niveles de colesterol. El metabolismo, que refleja el consumo energético del organismo, se reduce, con lo cual la persona experimenta un aumento en su energía y vitalidad.

Una vez que hemos comprendido la manera en la que actúa la meditación mindfulness, necesitamos entender cuáles son los aspectos metodológicos fundamentales de su práctica.

Dado que los pensamientos perturbadores no pueden existir si no se les presta atención, la clave de todo es volver a ganar el dominio sobre nuestra atención. Si cerramos los ojos y tratamos de mantenernos en el presente, no quedando envueltos en pensamientos o historias del pasado o en ideas de lo que vamos a hacer en el futuro, ya estamos demostrando una gran capacidad para experimentar los beneficios de la meditación mindfulness.

Uno de los sistemas más eficaces para mantener la atención centrada en el aquí y ahora es fijarnos en los movimientos de nuestra respiración, ya que la respiración tiene lugar en el presente.

Otro de los elementos esenciales que se han de tener en cuenta es nuestra reacción frente a las distracciones. Cuando de repente nos percatamos de que ya no estamos prestando atención a nuestra respiración, sino que hemos quedado literalmente envueltos en un pensamiento o una emoción, la clave es llevar de nuevo con suavidad y firmeza nuestra atención a la respiración.

Cuando una emoción es tan intensa o un pensamiento tan insistente, solo conseguimos volver a prestar nuestra atención a la respiración durante unos segundos, para volver a quedar nuevamente envueltos en el mismo pensamiento o emoción. En este caso, lo que hay que hacer es simplemente prestar atención a las sensaciones corporales que produce tal pensamiento o emoción. La clave aquí no es resistirse, sino dejarnos envolver por la situación, experimentarla sin juzgarla, tratando de encontrar la raíz profunda de lo que estamos experimentando. Poco a poco, el pensamiento o la emoción se disolverán o nos revelarán algo de gran valor que permanecía oculto.

En el espacio de la meditación mindfulness lo que existe es una actitud de exploración, que muestra el mismo interés analizando un jardín exuberante que un árido desierto. Esta actitud es fundamental y se opone directamente a la manera en la que funciona habitualmente nuestra mente, que enseguida se apega a lo que le gusta y se resiste y rechaza aquello que le disgusta.

La meditación mindfulness es un camino hacia la expansión personal, el crecimiento y la evolución personal. Es un camino que nos lleva de lo razonable a lo posible.

La noche oscura del alma

Muchos místicos, en su camino para encontrarse con Dios, se han referido a un periodo de confusión, tristeza, miedo y soledad al que han denominado “la noche oscura del alma”. Muchos de nosotros, aunque no seamos místicos, también tenemos la experiencia de que, cuando queremos abandonar ese espacio que llamamos “identidad”, entramos en otro que está lleno de dudas y confusión. En este nuevo espacio, el ser humano se siente perdido y le cuesta pensar con claridad. Emociones como la ansiedad, el miedo o la desesperanza hacen su aparición. Nuestra mente enjuiciadora empieza a acribillarnos con interpretaciones y valoraciones que a lo único a lo que nos invitan es a dejar de explorar y volver a nuestro punto de partida. Es una llamada a la resignación, al conformismo y a creer que la transformación personal es solo una bella utopía.

No solo hay que tener un verdadero corazón de guerrero para adentrarse fuera del área del confort, sino que hay que tener ese mismo corazón para seguir avanzando en medio de la confusión y la oscuridad. Mantener el coraje, la confianza y la certeza absoluta de que algo valioso, aunque no lo veamos, está aflorando dentro de nosotros, es esencial.

La búsqueda de uno mismo, de quienes somos en realidad, es siempre un acto de heroicidad que implica aprender a superarnos a nosotros mismos una y otra vez, para ir poco a poco expandiendo los límites de nuestra propia identidad. Solo de esta manera podemos llegar a descubrir lo extraordinario en lo ordinario. Hay dimensiones ocultas de la realidad que únicamente se manifestarán una vez que hayamos superado nuestra oscura noche del alma.

En el momento en el que nos sentimos perdidos, confusos y frustrados, es esencial que colaboremos conscientemente con el proceso de transformación, haciendo algunas de las siguientes cosas, ya que todas ellas tienen un impacto en nuestras emociones:

·         Mantener una postura y unos gestos que transmitan que estamos experimentando un proceso victorioso y no una derrota. Los hombros caídos, la espalda encogida y el pecho retraído dan a entender al cerebro como si algo fuera mal y refuerzan emociones disfuncionales. Lo mismo ocurre con las caras tristes y el tono de voz apagado. Debemos movernos con vitalidad, hablar con entusiasmo y transmitir pasión en nuestra mirada.
·   Dormir al menos 7 horas diarias porque, durante el sueño, el inconsciente sigue trabajando para sacar a la luz lo que ha de salir.
·        Romper el hábito sedentario y hacer ejercicio físico al menos cinco días a la semana, durante media hora cada día. El ejercicio físico puede eliminar muchas de nuestras emociones disfuncionales.
·         Practicar la meditación mindfulness durante diez minutos dos veces al día, hasta llegar poco a poco a veinte minutos dos veces al día.
·     Valorar lo que nos está sucediendo como una gran oportunidad para nuestro crecimiento y evolución.
·     No perder tiempo haciéndonos preguntas del estilo “¿Por qué me siento tan mal?” o “¿Qué puedo hacer para sentirme mejor?”. Este tipo de preguntas son una trampa para que llevemos nuestra atención a las emociones y sigamos atrapados por ellas. 

   Preguntas distintas, como “¿Qué hay de estupendo en lo que me está pasando?” o “¿Qué es lo extraordinario que voy a descubrir?” hacen que nuestra atención se posicione en la búsqueda del camino de salida y no se quede envuelta en una serie de disquisiciones que no llevan a ningún sitio y solo nos mantienen atrapados.


Una vida nueva

Cuando, poco a poco, vamos trascendiendo nuestra identidad y ego, empezamos a tener una experiencia completamente diferente de nosotros mismos y de la realidad. Es como si durante toda nuestra vida nos hemos creído el personaje de una película. Cuando quedamos envueltos en uno de los personajes de la película, creemos que somos eso y nada más que eso; la identificación con nuestra personalidad es plena. Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que en realidad somos el espectador que contempla la película, entonces nos estamos identificando con nuestra verdadera esencia.

Cuando trascendemos el personaje y nos encontramos con nuestra verdadera naturaleza, la distancia del drama es lo que nos permite mantener una serenidad y una ecuanimidad con independencia de lo que vemos en la pantalla. Por eso, hay personas que ante las circunstancias más duras no pierden ni su equilibrio ni su paz interior.

Las posibilidades que se abren cuando uno despierta a lo que es su verdadera naturaleza son múltiples:

·     Desde esta dimensión, se experimenta el dolor, pero no el sufrimiento. Hay un dolor cuando nos enfrentamos a una pérdida, pero no pensamos reiteradamente en ella hasta que nos arruine la vida.
·       En la nueva dimensión hay un desapego emocional: podemos experimentar la emoción, pero sin quedarnos atrapados en ella.
·   Percibimos la realidad de manera diferente y vemos muchas cosas que antes no podíamos ver.
·    Vemos la profunda interconexión de todo con todo y la ilusión de separación desaparece. Descubrimos que el daño que hacemos a los demás se vuelve contra nosotros.
·         Desaparece la ilusión del tiempo y solo existe un presente continuo de aquí y ahora.
·         Existe la libertad de elección porque hemos transcendido nuestros hábitos, reacciones automáticas, automatismos y patrones habituales de respuesta.
·        Tenemos la claridad para comprender el sufrimiento que acarrea vivir atrapado en el plano de la identidad y, por eso, sentimos una profunda compasión por el sufrimiento de los demás y tenemos una capacidad de perdón mayor.
·       El lenguaje es insuficiente para transmitir la experiencia de esta nueva dimensión: solamente podemos orientar hacia ella, tratar de explicarla y de describirla.
·      En la nueva dimensión experimentamos el amor incondicional, porque desde este ángulo solo percibimos la belleza de los otros, aunque en el plano de la identidad esta belleza se encuentre muchas veces oculta bajo capas de fealdad.
·      No existen las formas y, sin embargo, tenemos acceso a la capacidad de crear y manifestar todo tipo de formas en ese plano de la realidad en el que se mueve nuestra identidad.
·         Hay un nivel extraordinario de inteligencia y de sabiduría que hace y, por eso, existe un nivel de claridad incomprensible e inaccesible desde el plano de la identidad.

Cuando una persona deja de identificarse plenamente con su mente, pensamientos, juicios, valoraciones y emociones, comprende que es algo más, mucho más que sus ideas y opiniones. En esa nueva dimensión del espíritu, todas sus expresiones, su presencia, su semblante adquieren una cualidad diferente, y hasta lo más sencillo es transformado, no solo por lo que hace, sino sobre todo y fundamentalmente por cómo lo hace.

Cuando la dimensión del espíritu se hace realidad en nuestra consciencia, el mundo de lo no manifiesto, que no tiene forma, empieza a transformar nuestra personalidad. Todo esto tiene una enorme repercusión, no solo en cómo funcionan nuestros procesos mentales, sino también en cómo ello repercute en nuestro cuerpo. Muchas curaciones no comprendidas por la ciencia médica tienen que ver con la intervención de esta nueva dimensión desde la que surgen nuevas posibilidades y se pueden crear nuevas realidades.


Fin del resumen ejecutivo

Biografía del autor


Mario Alonso Puig, médico especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, fellow en Cirugía por la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, en Boston, y miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, ha dedicado gran parte de su vida a explorar el impacto que tienen los procesos mentales en el despliegue de nuestros talentos y en los niveles de salud, energía y bienestar que experimentamos. Ponente de HSM Talents, ha sido invitado por instituciones como el MD Anderson Cancer Center de Houston (Estados Unidos), el Global Leadership Center en INSEAD (Francia) y la Universidad Pitágoras de Sao Paulo (Brasil). Actualmente imparte conferencias y cursos sobre liderazgo, comunicación, creatividad y gestión del estrés tanto nacional como internacionalmente.

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