La feminidad sagrada: Andrew Harvey


Es muy difícil definir la feminidad sagrada porque su esencia es sutileza, flexibilidad y misterio, y su obra esencial es la radiante superación  de las definiciones de la mente por el amor y el conocimiento inmediato de la interdependencia de todas las cosas y todos los seres. Aun así, creo que la sabiduría de la feminidad sagrada tiene tres fuerzas fundamentales, todas las cuales están, naturalmente, interrelacionadas. La primera es un conocimiento de la unidad de la vida, el sencillo y desnudo conocimiento de que toda vida es una. Los científicos están descubriendo ahora lo que las tribus más ancestrales siempre han sabido: que todo está conectado en una red infinita y que en la creación de una brizna de hierba, un conejo, un árbol o un ser humano participa el universo entero. Este conocimiento de la unidad lleva inherente el respeto, la reverencia, la adoración, la gratitud y la compasión por todo lo animado y lo inanimado, los seres visibles e invisibles. El magnífico logro de Ramakrishna fue extender este conocimiento ancestral de la unidad de la feminidad sagrada a todos los caminos religiosos, todas las tradiciones místicas. La Madre, nos dice Ramakrishna, cocina el pescado blanco de la conciencia de acuerdo a distintas recetas, dependiendo del hambre y el gusto de sus hijos. A algunos les gusta con mango, a otros con curri, a otros hervido. Pero todo el mundo come el mismo pescado. La restauración de la feminidad sagrada significaría el final de todas las disputas entre las religiones. No el final de las diferencias (¿por qué eliminar las distintas recetas para cocinar el pescado?), pero si el final de la afirmación de cada una de ellas de poseer la verdad exclusiva. En la sabiduría de la feminidad sagrada la vida es una. Todos los caminos llevan al uno. Nosotros somos hijos de Dios, Padre-Madre, sentados todos juntos en el divino festín de la vida, todos comiendo los alimentos a su manera, pero dependiendo de la misma fuente de luz.(...)

La sabiduría de la feminidad sagrada sabe, más allá de todo dogma o concepto, que esta experiencia, este proceso de vida en el que nos encontramos, es sagrado en todos sus detalles,y que la llamada vida corriente no es en absoluto corriente, sino un flujo ininterrumpido de cotidiano milagro. Esta visión sagrada no separa el cielo de la tierra, el espíritu del cuerpo, la oración de la acción. Para ella, todas las dimensiones, todos los mundos, todas las posibilidades están aquí, se hallan interrelacionadas, constituyen una unidad. Esta sabiduría no tiene por objeto una perfección forzada o un viaje a un absoluto que niegue la vida o el cuerpo, sino que trabaja con paciencia, con infinita sutilidad alquímica hacia la unidad, una unidad en la que lo trascendente y lo místico no están separados de lo imanente y lo práctico, sino unidos. Para los que han despertado a esta sabiduría, nacer como ser humano no es nacer en un mundo de pecado, caído y desolado, ni es mera ilusión: ser humano significa nacer a una danza de la que participa todo lo animado y lo inanimado, todo lo visible y lo invisible, una danza en la que cada paso está impreso en luz, cuya energía es adoración y cuyo ritmo es alabanza. El dolor, la desolación y la destrucción no están separados de esta danza, sino que son energías esenciales de su despliegue transformador. Y ni la propia muerte puede interrumpir la danza, porque la muerte es el manantial de su fertilidad, la madre de todo su cambiante esplendor. 

Tomado de "Espíritu y Materia" de Andrew Harvey y Mark Matousek - Javier Vergara Editor. Título original: Dialogues with a Modern Mystic 1ª edición - abril 2002

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